Es difícil definir lo que se vivió en el “Gigante de Arroyito”. “De la risa al llanto hay un solo paso”, se repite como un mantra, y así sucedió. 10 minutos bastaron para que Aldosivi esfumase la ilusión de San Martín. Como si todo el esfuerzo hubiese desaparecido en ese pequeño intervalo de tiempo y el tesoro que tanto se anhelaba conquistar ya había sido robado por el “Tiburón”. Tensión, nerviosismo y más reproches se apoderaron de la tribuna popular. La desazón se extendió muchísimo más con el tanto de Elías Torres. Y, si bien existía una pequeña llama de ilusión en el complemento, Jorge Carranza fue el encargado de extinguirla.

Los ingresos ya habían mostrado ciertas complicaciones. El horario estipulado se cumplió, pero durante las primeras dos horas el acceso popular solo se dio por la calle Augusto Juan Olivé. Esta situación provocó que los hinchas generen una fila extensísima de casi tres cuadras completas. Esta situación hizo que la Policía santafesina realice algunos disparos de goma al aire con el fin de ordenar al público. A las 14, las fuerzas autorizaron que los simpatizantes avancen por la puerta de la calle Juan Bautista Alberdi y tras una larga espera ingresar al estadio. Fueron seis controles en total en los que se exigían el DNI, la entrada y se realizaba una rápida requisa antes de ingresar. Esta situación hizo que muchos se vean obligados a dejar sus artículos de la “suerte” entre los que había pequeñas figuras religiosas o juguetes.

El caos no finalizó allí. La sobreventa de entradas provocó que los accesos de la tribuna baja y alta estén hasta el tope de capacidad. Más de un hincha pidió que se abra uno de los pulmones para descomprimir, pero la solicitud no fue oída. Fanáticos descompensados y quejas por el espacio fueron una constante problemática que rodeó al duelo. La imagen más sorprendente fue que en algunos escalones se encontraban entre dos y tres hinchas agolpados en la misma posición por lo que ver un poco del partido era una toda una aventura. Esto derivó en que no haya vendedores de bebidas en la tribuna y la única manera de adquirir líquido era cediendo el lugar conseguido.

El recibimiento fue menos eufórico de lo esperado. Es cierto, hubo bengalas, globos, bandera, papelitos y cánticos, pero ya se notaba cierta inquietud en la parcialidad del “Santo”. Quizá por la ansiedad de obtener un triunfo; tal vez por la incomodidad del espacio físico. En definitiva, el nerviosismo ya se había apoderado del ambiente y ese sentimiento parecía contagiarse a los futbolistas. Tanto es así que San Martín comenzó un partido tambaleando más de lo normal y, hasta el gol de Laméndola, Darío Sand había recibido tres llegadas peligrosas.

Los insultos y los reproches se hicieron escuchar después del primer tanto, aunque todavía se mantenía la esperanza debido a que la distancia era corta. No era definitiva y el “Santo” parecía tener las herramientas para remontarlo. Pero no faltaron las críticas hacia el “novedoso” planteo de Diego Flores. La “sorpresa”  táctica no dio los resultados esperados y San Martín presentó serias deficiencias de juego por los que los hinchas no se identificaron con lo visto.

La desazón prematura provocó que el encuentro de hinchadas sea dominado por la parcialidad del “Tiburón”, que disfrutó todo el desarrollo del partido. ¿Por qué? Nunca se vieron lastimados ni sintieron peligro. Y si bien se intentaron equiparar las fuerzas por momentos, se fracasó en el intento.

De cara al complemento, muchos hinchas decidieron moverse de sus lugares para descomprimir la tribuna alta. Eso hizo que varios simpatizantes se sintiesen más cómodos para ver lo que restaba del partido, aunque no cambiaba de tónica. Muchos hicieron cuernitos y acudieron a métodos esotéricos que no dieron los resultados esperados. Pero Carranza se convirtió en el verdugo que desactivó las escasas chances del “Santo”.

Para el tiempo extra, el resultado estaba sentenciado y los rostros de los hinchas lo delataban. Más de uno no quería ver el partido, otros optaron por sentarse y más de uno rompió en llanto por perder la oportunidad. Sí, experimentaron la misma sensación de los últimos cinco años. Esa de estar a un paso del gran objetivo y no poder cumplirlo.

La salida fue ordenada y con pocas voces. Nadie quería comentar lo sucedido, porque se perdió una chance inmejorable. Se perdió la final por la que tanto se había luchado a lo largo de los últimos torneos. Si bien hubo gritos de enojo, también aparecieron algunos mensajes esperanzadores. “Ya hay que sacar la entrada para el próximo partido”, decía un simpatizante al bajar las escaleras de la tribuna. Otros pensaban en un posible cruce contra Colón en los cuartos de final del Reducido. Pero nadie encontraba las respuestas a lo acontecido en Rosario.

Por último, la zona de “La Zapatilla” volvió a colmarse de camisetas rojas y blancas. Algunos solamente se tiraron en el pasto para reflexionar sobre el momento y bajar algunas revoluciones; otros aprovecharon para almorzar; mientras que la mayoría cargó suministros para el viaje de vuelta que, como mínimo, será de 12 horas.

Más allá de ello, los hinchas experimentaron un “cachetazo” que los sorprendió, y ahora solo les queda hacer borrón y cuenta nueva para encarar el nuevo desafío. Claro, la alegría y el botín se fueron para Mar del Plata, pero todavía existe la chance de repesca y todo el “mundo San Martín” deberá reponerse de este golpe.